Por: VÍCTOR LÓPEZ G.
Escribir un texto como este no es plato de buen gusto para alguien que, como un servidor, está sentado ahora mismo en una habitación rodeado de varios centenares de Blu-rays y DVDs —y algún que otro VHS—; pero padecer esta suerte de síndrome de Diógenes cinéfilo —a otros les gusta llamarlo coleccionismo— no me impide admitir, con no poco pesar, que la muerte del formato físico, completamente lógica si tenemos en cuenta el escenario actual, se aproxima a pasos agigantados.
El último síntoma que evidencia lo que puede ser el estertor de este método de distribución cinematográfica ha sido la decisión de un gigante tecnológico como Samsung, que ha optado por suspender la fabricación de reproductores Blu-ray 4K y de no invertir medios ni esfuerzos en renovar la línea HD con actualizaciones de sus modelos vigentes. Un movimiento coherente si tenemos en cuenta que las estimaciones de ventas apuntan a una bajada del 5.6% —equivalente a cuatro millones de dispositivos— de cara a 2023.
No se necesita una investigación exhaustiva para determinar que el principal responsable del declive del formato físico no es otro que el streaming; único sistema de distribución doméstica que experimentó una subida en territorio estadounidense el pasado 2018 —tanto en plataformas de suscripción y video on demand como en la venta online de copias digitales—, en contraposición a un mercado del Blu-ray y el DVD que sufrió caídas de entre el 13% y el 20%.
El streaming, la cantidad y la —pobre— calidad
Aunque sea un férreo defensor y amante de las estanterías repletas de amarays —así se llaman las cajas de los Blu-rays— ordenados por orden alfabético, no puedo negar las ventajas de la distribución digital audiovisual, centradas en dos elementos: la inmediatez del acceso al contenido a través de redes WiFi o móviles e infinidad de dispositivos diferentes, que van desde ordenadores a tablets, pasando por nuestros inseparables teléfonos; y lo económico de las suscripciones mensuales que permite disfrutar del catálogo de plataformas como Netflix, Amazon Prime Video, Filmin o HBO al completo.
Por supuesto, no puede ser oro todo lo que reluce, y es precisamente en el contenido de estos servicios online, notable en cuanto a cantidad se refiere, pero muy pobre en variedad, donde radica su punto débil más destacado y el que, probablemente, sea el principal motivo que continúa arrastrando a no pocos compradores a adquirir sus películas y series en sus tiendas de confianza.
No hay más que bucear un rato entre los menús y las distintas categorías de, por ejemplo, Netflix, para darnos cuenta de los pilares sobre los que sustenta su oferta y las ausencias más destacadas de la misma. Dejando a un lado el cada vez más nutrido número de producciones propias que engrosan las filas de la plataforma de streaming, no tardamos en percatarnos de que una gran parte del grueso de cintas pertenecen a grandes estudios; quedando en un segundo lugar los filmes de corte independiente.
Lejos del factor procedencia, el gran problema que presentan las selecciones de este tipo de compañías radica en su antigüedad. Salvando honrosas excepciones, resulta prácticamente imposible encontrar una muestra decente de cine clásico entre cientos de productos contemporáneos, y para muestra, un botón: es de juzgado de guardia que dentro de la categoría "classics" de Netflix figuren títulos como 'Forrest Gump' —1994— o 'Beetlejuice' —1988— y que las ficciones disponibles más entradas en años se remonten a 'El extraño' —1946— o 'Eva al desnudo' —1950—.
Si echamos un vistazo a la competencia directa del gigante de la distribución digital, los filmes más antiguo que pueden verse en Amazon Prime Video datan de la década de los 50 —'Miguel Strogoff', 'El bruto'—. En HBO la situación es aún peor, teniendo que acudir directamente a los años 70 con cintas como 'El padrino', 'Chinatown' o 'Almas de metal'.
Por su parte, el catálogo de Movistar+ sorprende al contar con clásicos de Charles Chaplin que se remontan a los años 20, clásicos de los 30 como 'Lo que el viento se llevó', 'King Kong' o 'Caballero sin espada' y joyas de los 40 como 'Casablanca' o 'El halcón maltés', aunque, por desgracia, aunque haya representación, más allá de los títulos mencionados, la cantidad de auténtico cine clásico es ínfima.
De cinéfilos a arqueólogos
¿Cómo se protege de todo esto ese cinéfago empedernido que necesita algo más que estrenos y largometrajes actuales para saciar sus apetencias, el neófito que busca ampliar sus horizontes o ese coleccionista empedernido al que su lista de visionados online no le provoca ningún tipo de satisfacción? Obviamente, refugiándose en unos Blu-rays y DVDs sentenciados a extinguirse tarde o temprano, probablemente de la mano de la cinefilia tal y como la conocemos hoy día, condenada a evolucionar o perecer.
Progresivamente, cada vez más cine de estreno se irá quedando sin distribución en formato físico —ya existen signos visibles de este fenómeno—, en parte, debido a que siempre resultará más rentable subir un largometraje a un servidor tras un acuerdo económico con la plataforma de streaming de turno, que invertir en la fabricación de discos, cajas y material gráfico. De nuevo, aunque no nos guste, la lógica impera en perjuicio de lo tangible.
Posiblemente lo que más inquiete a los compradores compulsivos, es que la del cine no es la única industria que está virando hacia lo digital. Por encima del mercado discográfico, el sector del videojuego, determinante a la hora de impulsar los nuevos formatos de distribución cinematográfica —no olvidemos el abrazo al DVD y al Blu-Ray surgido a raíz del lanzamiento de sistemas como Playstation 2 y Playstation 3 respectivamente—, parece encaminado a abandonar discos y cartuchos de forma definitiva dentro de un par de generaciones, lo cual sería un punto de no retorno.
Tan sólo queda mentalizarse, hacer de tripas corazón y prepararse para decir adiós a las toneladas de extras y audiocomentarios que acompañan a los largometrajes —cada vez, por desgracia, menos habituales—, a los problemas de espacio en nuestras viviendas invadidas por las estanterías, a la posibilidad de visitar cualquier época de la historia del cine a nuestra voluntad y a la necesidad de levantarse del sofá para introducir un Blu-ray en un reproductor. Si algo no cambia drásticamente durante los próximos años, los cinéfilos estarán condenados a reconvertirse en arqueólogos. Después de todo, como suele decirse, y le pese a quien le pese, esto también es cuestión de renovarse o morir.
Vía | ESPINOF
En | La muerte del formato físico: el streaming se come al Blu-ray y por qué hay motivos para preocuparse
Escrito por | VÍCTOR LÓPEZ G.
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