En 2018, 15 años después de que Eckard Wimmer fuera capaz de recrear el virus de la polio en un laboratorio a partir de fragmentos genéticos comprados por correo a empresas a las que cualquier ciudadano tenía acceso, la mayor institución científica de EEUU reconocía que no habíamos avanzado prácticamente nada y que "necesitábamos prepararnos urgentemente para nuevos ataques bioterroristas".
¿Por qué 15 años después? Porque, como decía el famoso John Sotos, director médico de Intel y asesor de House, "la razón por la que no han oído hablar mucho de las armas biológicas es que han sido retenidas por una limitación bastante severa, la posibilidad de que se vuelva contra nosotros". El problema es que, de la mano de la genética de precisión, eso está empezando a cambiar.
La explicación es que, a medida que nuestras estrategias para seleccionar a nuestros objetivos genéticos con una altísima precisión, las armas biológicas se irán volviendo "menos peligrosas". Es decir, menos susceptibles de generar efectos colaterales. Así, las ideas de Alex Hern sobre bioterroristas usando mutaciones concretas para lograr sus objetivos se volvían cada vez más cercanas. Es decir, aún estamos lejos de tener comandos de veganos radicales creando virus que nos generen alergia a la carne o grupos de islamistas radicales queriendo imponer el burka provocando intolerancia a la luz solar solo en las mujeres. Sin embargo, las mimbres están ya aquí.
Y, comprensiblemente, la Academia Nacional de Ciencias de Estados Unidos empezaba a preocuparse de que las posibilidades se agrandaran tan rápido y nuestra capacidad para mantenerlas bajo control, no. Desde entonces, cada vez hay más investigadores trabajando sobre el asunto y de formas muy originales. Un buen ejemplo de esto es el proyecto de Barani Raman y sus colegas de la Universidad Washington en St. Louis para usar los sentidos olfativos del saltamontes estadounidense (Schistocerca americana) con la idea de crear rastreadores de armas biológicas.
¿Cómo se hace un ciborg?
El equipo de Raman quería utilizar las neuronas receptoras olfativas de las antenas de los insectos que detectan la presencia de olores y químicos en el aire. Para ello, implantaron electrodos en los lóbulos antenales e introdujeron los especímenes en distintos ambientes cargados con vapores de diferentes materiales explosivos (como TNT o DNT) y no explosivos (como aire caliente o esencia de almendras amargas).
Como consecuencia, descubrieron que los grupos de neuronas que se activaban tras la exposición a los explosivos y, gracias a eso, analizando las señales eléctricas pudieron distinguir los vapores explosivos de los no explosivos. Es más, cuando instalaron pequeñas mochilas que permitían grabar y transmitir de forma inalámbrica la actividad eléctrica de los saltamontes, descubrieron que este fenómeno de detección se mantuvo hasta siete horas después de la implantación de los electrodos (pasado ese tiempo, se fatigaban y morían).
¿Está cerca la era de los insectos robots?
La investigación (con una precisión media del 80 por ciento) promete, pero estamos, de todas formas, en los primeros pasos de estos detectores. Sin ir más lejos, no se ha investigado a fondo la efectividad con armas biológicas. El proyecto ha sido financiado por la Oficina de Investigación Naval de los EE. UU. que lleva años dándole vueltas a usar insectos con fines de seguridad nacional. Sin embargo, es imposible no se escéptico.
Desde hace años, recurrentemente, aparecen insectos con curiosos añadidos estereotácticos que se exhiben como "animales de feria" con los que entretenernos mientras les hacemos bailar a nuestro antojo. El tema de las "cucarachas que pueden salvarte la vida" se ha convertido en un género en sí mismo que se arrastra año tras año explotando la repulsión que nos causan esos bichos del demonio. Y, sin embargo, los ciborgs siguen sin estar rodeándonos por todos lados.
Vía | Xataka
Escrito por | JAVIER JIMÉNEZ
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